He aquí el incuestionable retorno social que envuelve al lúpulo: un inconveniente se vuelve problema cuando no se puede arreglar con una cerveza. El lúpulo es el acontecimiento más apegado a la forma de ser que forja el carácter de los leoneses, por la disciplina que exige a quien se atreve a cultivar esas trepas en un sistema fascinante que enjuga destreza para elevar los soportes y dedicación para mimar un jolgorio de verdes y sombras que construyen los campos. El lúpulo es un reloj de arena, hasta aportar la esencia a la bebida más frecuente de todas las bebidas, para que una señora cerveza trascienda a un vulgar zumo de cebada. En la memoria de los leoneses vive fresca aún aquella imagen del bosque frondoso que poblaba todo el espacio que abarca la vista entre Cimanes del Tejar y Villanueva, en el templo de esta flor aromática que ha puesto al Órbigo en el mapa mundial. Ese cóctel de las noches frescas y días calurosos del verano es la mejor promoción natural de un entorno al que le sobran referentes del márketing publicitario del tipo del anuncio cervecero, con sombrero borsalino, que con sólo restallar las manos espanta a un bando de pardales de entre las espigas de cebada en la Bohemia checa. Exacto; hay que explorar para encontrar una buena cerveza. Es uno de los cometidos del hombre casi desde que es capaz de elegir entre playa y montaña. Los americanos, que desde que timbraron el primer dólar no suelen fallar con el olfato en el rastro del negocio, exploraron hasta la vera de Carrizo. Y así se puede asentar ese principio de regreso del campo leonés al futuro de los años dorados del lúpulo, los de las 1.700 hectáreas de aquenio para hacer más emotivo el gesto cotidiano del que prueba la fórmula maestra secular que rige la cerveza. Otros, con menos patrimonio se hubieran postulado para la declaración solemne de interés público. Lo son, sin duda, los lupuleros leoneses; los que aceptan el reto de ampliar horizontes a partir de un punto de inflexión que ampara esa flor que mece una hoja en forma de parra, la que imprime el alma a toda la cerveza que fluye a diario por cada uno de los rincones del planeta. El cálculo marea. Creo que me voy a pedir una cerveza. Siempre hay que creer en algo.